Donde el sentir se raciona, donde la impotencia te hace gritar de rabia, donde no responden o donde el silencio y la distancia se anteponen al amor, para qué demorarse.
El encuentro casual con esta lúcida y rotunda frase de Frida Kahlo, me ha llevado a sumergirme, una vez más y por un buen rato, en su vida y obra.
Una niña a la que llamaron Magdalena Carmen Frida Kahlo Calderón, nacida en el pueblo mejicano de Coyoacán, un 6 de julio de 1907, creció enamorada de la vida, a pesar de las duras zancadillas que esta le puso.
Siempre es interesante perderse en personajes tan peculiares, tan distintos, raros, extraños, atípicos y geniales como Frida.
Por algo es una de las pintoras más reconocidas de todos los tiempos. Libre, autosuficiente, despojada de tabúes, de prejuicios, de convencionalismos, de remordimientos y de miedos, fue una adelantada a su época que acabó convirtiéndose en paradigma, símbolo y bandera de un nuevo tipo de mujer.
Admirada por Picasso, Kandinsky, Duchamp, André Bretón; amada por el pintor Diego Rivera, por el revolucionario León Trotsky, quizás también por la cantautora Chavela Vargas o la pintora Georgia O’Keefe, y -seguro- por otros tantos consentidos amantes de ambos sexos; entre la cordura y el delirio, entre el amor y el sufrimiento, sus obras son su legado, una autobiografía en imágenes cargadas de simbolismo, de surrealismo, de expresionismo, de amor, de sufrimiento y de pura vida.
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La columna rota 1944 |
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Las dos Fridas 1939 |
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Autorretrato con collar de espinas 1940 |
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El venado herido 1946 |
Para ella, La llorona:
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