«Las personas, simplemente, aman o no
aman.
Los que aman, lo harán siempre a
todas horas,
intensa y apasionadamente.
Los que no aman, jamás se
elevarán
ni un centímetro del suelo.
Hombres y mujeres grises,
sin sangre».
Chavela Vargas
Volverse gris es triste, es desangrarse,
palidecer hasta no sentir y caminar por los callejones de
la vida sin ver ni ser visto, como un zombi -no, como un muerto o un fantasma sin ningún tipo de
ansia-. Almas muertas. ¿Por qué? ¿Qué hace que alguien llegue a la determinación de transitar en
vano por este singular paseo que es el vivir? El sufrimiento se reduce al
mínimo -¡qué duda cabe!- pero el placer también.
Del otro bando -el que requiere de un compromiso
más firme y exigente, el más excitante pero también más jodidamente agotador- fichan los románticos, los
apasionados, los soñadores, los locos pirados, los enamorados de la vida, los
que ríen a carcajadas, los que tararean y silban y cantan en la ducha y fuera
de ella, los que se descalzan a la mínima oportunidad, los que plantan el culo
en el suelo, los que se meten en los charcos, los que se mojan bajo la lluvia, los que tienen ganas y no se quedan con ellas (con las ganas) sino con todo lo demás, los que se saltan horarios, los inquietos, los
incautos, los intrépidos, los valientes, los que se lanzan, los que se estampan
contra paredes, los que acarician, besan y abrazan, los que cogen en brazos, los que aman, los que
odian, los incendiarios, los desesperados, los que lloran a mares, los
que pierden el control, los que discuten, los que gritan, los que sienten
correr la sangre en sus venas, los que sienten, corren, bailan, saltan
y vuelan, los vivos.
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