El pasado sábado, de la mano de ARTEDOCE, un variopinto grupo de gente con ganas de compartir cosas buenas de la vida disfrutamos de un agradable paseo por el canuto de Los Molinos, en la sierra de la Utrera, uno de los enclaves naturales más bonitos que conozco.
Y como lo conozco, os lo cuento, para quien lo quiera disfrutar:
Manilva - Baños de La Hedionda - Canuto de los Molinos
Como punto de partida aconsejo la C/ Padre Mariano o Cuesta del Molino, una pronunciada bajada que a lo largo de unos ochocientos metros discurre hacia el río Manilva, para enlazar con la “Colada del Molino del Duque”.
Al inicio de la bajada conforman el paisaje la sierra de la Utrera y el Hacho de Gaucín al oeste, Sierra Bermeja al frente, y un poco más abajo el imponente viaducto de la autopista. Junto al camino, el antiguo caserío del Padre Mariano y, al este, a través de las ramas de unos majuelos, vemos la urbanización Monteviñas, el pueblo y el mar. En todo el recorrido los costados del camino se jalonan de algún almendro, higueras, enormes pitas, majuelos, acebuches, lentiscos... Los terrenos colindantes están ocupados por cultivos de viña y huerta. Alguna “primilla” planeará sobre nuestras cabezas.
Ya en las cercanías del río —zarzas, cañas, helechos y algún viejo chopo sustituyen a la vegetación anterior— cruzamos la antigua acequia de riego y dejamos a un lado un portalón cubierto por vistosas buganvillas y mimosas (se trata del acceso a un antiguo molino de harina hoy destinado a vivienda). Llegamos al cruce de caminos y giramos a la izquierda por la Colada del Molino del Duque. La colada es una vía pecuaria que, paralela al río Manilva, funciona como espina dorsal de la vega (una franja de tierra cargada de nutrientes riquísimos para el cultivo).
Del otro lado del río, flanqueando el camino viejo a Casares, nos llama la atención dos viejas construcciones: «La Bodega» que nos sorprende por su señorial aspecto y por su parapeto de grandes palmeras, y los restos del «Ingenio Chico» —parte del acueducto y algún muro medio derruido de lo que fue la fábrica de azúcar de los Duques de Arcos—.
Hasta el restaurante Roman Oasis, seguimos la ribera del río por asfalto. Al pie de dicho restaurante el río genera dos charcas: la de «La Mina», en muy mal estado tras las obras de la autopista, y la «Charca Verde», en idénticas condiciones.
Dejamos definitivamente el asfalto y entramos en término municipal de Casares bajo el viaducto de la autopista; seguimos el camino paralelo al río, salpicado de adelfas, álamos blancos y eucaliptos —el agradable aroma de este último nos acompañará un buen tramo—. Un giro del camino a la derecha y una pequeña pendiente nos acercan a la Ermita de San Adolfo, cobijada por un pequeño bosquete de puntiagudos e inhiestos cipreses. Unos metros antes de la pendiente que nos lleva a la ermita podemos seguir una senda a la izquierda; ésta nos conducirá al Canuto de la sierra de La Utrera (para no perdérselo).
Casa Huelin |
Hay muchas hipótesis acerca del origen de esta construcción y sobre las cualidades curativas de sus sulfurosas y alcalino-magnéticas aguas. Ya Pascual Madoz, a mediados del S.XIX, las mencionaba en su Diccionario Geográfico-Estadístico-Histórico como eficaces para la cura de erupciones cutáneas; además, tenía por histórica la leyenda que cuenta cómo en el año 61 a. C. las tropas de Julio Cesar sanaron de sarna bañándose en los Baños de la Hedionda, durante el tiempo que permanecieron acampados en las cercanías del Canuto de la Sierra de la Utrera esperando a enfrentarse con el enemigo Pompeyo. Otra versión nos relata que incluso fue el mismísimo Julio Cesar quien ordenó edificar el balneario después de haber sanado de una infección por herpes gracias a un baño en esas beneficiosas aguas.
Baños Romanos de La Hedionda |
Obviando toda literatura, es más que probable que la factura sea de época romana y seguro que la cúpula es de origen árabe, así como la ampliación de la zona de baño, al aire libre, y las galerías de canalización de las aguas. Desde no hace mucho todo el recinto se cerró con un muro hoy blanqueado. Aunque la construcción pide a gritos una restauración urgente, el lugar es de una indiscutible belleza.
Resulta realmente curioso el afianzamiento entre los usuarios de una relativamente nueva costumbre; atribuyéndole no sé qué cualidades curativas, entre los visitantes, se ha hecho muy popular el baño de arcilla, recogida con cierta dificultad de la pared situada en el punto de unión entre el río Manilva y las aguas sulfurosas que emanan de Los Baños, a unos pocos metros del balneario. Como consecuencia de este uso nos encontramos con una sorprendente y pintoresca imagen: una pared henchida de huecos a modo de hornacinas, digna de un profundo estudio antropológico.
Desde este punto y siguiendo una vereda paralela al río Manilva, río arriba, nos adentramos en el Canuto de los Molinos, uno de los tres cañones karsticos que recorren la sierra de la Utrera, y un paseo más que recomendable que nos llevará hasta dos pequeñas charcas, la del Infierno y La Paloma.
Esta garganta fue originada por la erosión producida por el río Manilva (arroyo de Albarrán), que se ha ido encajando en su lecho hasta dejar descubiertas paredes de hasta veinte y treinta metros de altura.
Desde los Baños de la Hedionda, y tomando la vereda río arriba, dejaremos a la izquierda un pequeño complejo de recreo para turistas. Seguimos la senda estrecha que sale del complejo, a la derecha de la piscina, y que aparece obstaculizada por una gran piedra de molino, para, pocos metros más adelante toparnos con el primer molino harinero, posiblemente del S. XVIII, auque pudiera ser anterior. Es uno de los ocho vetustos molinos de tracción hidráulica, de profunda tradición morisca, que desde Casares hasta la costa jalonan el curso del río Manilva.
Desde los Baños de la Hedionda, y tomando la vereda río arriba, dejaremos a la izquierda un pequeño complejo de recreo para turistas. Seguimos la senda estrecha que sale del complejo, a la derecha de la piscina, y que aparece obstaculizada por una gran piedra de molino, para, pocos metros más adelante toparnos con el primer molino harinero, posiblemente del S. XVIII, auque pudiera ser anterior. Es uno de los ocho vetustos molinos de tracción hidráulica, de profunda tradición morisca, que desde Casares hasta la costa jalonan el curso del río Manilva.
A partir de aquí, tenemos dos opciones, seguir por el cauce del río, seco hasta las cercanías de la charca del Infierno, o continuar por la senda que discurre a media ladera en la pared izquierda del canuto. Aunque actualmente el río se sumerge en una zona extensa, no volviendo a salir a superficie hasta un aljibe sito bajo los restos de los que fueron los “Baños Calientes”, la presencia de estos molinos en su cauce, es sin duda indicativo del gran caudal que en otros tiempos llevó el río en esta zona del Cañón.
Unos metros más adelante salimos a campo abierto y llegamos al segundo molino, hoy convertido en residencia privada, pero manteniendo aun su canal o cao y una abertura abovedada en la base del muro que da al río: oscura boca que cobija el viejo mecanismo de la molienda, el rodezno.
Charca del Infierno |
Charca del Infierno |
Todo el recorrido nos muestra un paisaje de una riqueza extraordinaria. Además del atípico algarrobal natural y del particularísimo sabinar costero sobre caliza, veremos acebuches, enormes palmitos, lentiscos, tarajes, enebros, aromáticas como romero, tomillo, lavanda... Y con un poco de suerte, quizás nos salga al paso una liebre o alguna perdiz; e incluso, prestando mucha atención, nos sorprenda el sigiloso y pausado movimiento del camaleón. El buitre leonado, el halcón peregrino, el alimoche (lamentablemente desaparecido hace muy poco), el águila perdicera, el águila calzada o el búho real son algunas de las aves que sobrevuelan este trozo de paraíso.
Charca de La Paloma |
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