Es mucho simplificar pero ella distinguía entre dos tipos de personas: las de carácter pasional, loco, impulsivo, irracional, luchador, arriesgado, temerario incluso; y las pasivas, indiferentes, conformistas, racionales, contenidas, contemplativas, pacientes... Quizás, para su desgracia, ella se identificaba con el primer grupo, si bien era consciente de que aparentemente no daba el perfil.
Mujer de instintos primitivos, primarios y tan fuertes como devastadores. De esos capaces de desencadenar tormentas legendarias. Con una irremediable predisposición al cáos.
- Me ilusiono demasiado -me decía-. Y mi mente tiene una asombrosa capacidad para generar espejismos.
Es curioso cómo somos capaces de recrear por completo todo un mundo repleto de detalles, basado en ilusiones ópticas que alcanzan una solidez palpable, real, asombrosa.
- Yo no solo creo, quiero creer. Y claro, pasa lo que pasa. Me enfrento de pronto a un último escalón en lo más alto de una vertiginosa y, de repente, inestable escalera.
- Querías un poco más. Te lo he dado. ¿Qué quieres ahora? - Le soltó a bocajarro.
- Sé dónde estoy, lo he sabido siempre pero aun así... No sé qué es peor: la certeza que te abofetea la cara en el momento en que afrontas que no puedes seguir subiendo; la fragilidad de la estructura que te ha permitido ascender hasta ese delirante punto; la irremediable, asfixiante y larga caída; o el obvio y definitivo golpe final.
Tampoco sé si el cuerpo humano químicamente puede permitirse tanto desgaste energético. Seguro que no. De ahí que ese doloroso despertar se vuelva catarsis purificadora y renovadora. En pie y en el camino de nuevo.
En fin... Me conformo con saber que, como dijo Stendhal, "con las pasiones uno no se aburre jamás; sin ellas, se idiotiza".
Sigo pensando que el amor no entiende de cartillas de racionamiento -concluyó-. Y sí, quiero tanto que no quiero nada que no quieran darme.
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